viernes, 20 de febrero de 2009

La danza en la época de su perfectibilidad técnica

A lo largo de mi carrera profesional como bailarina me he encontrado en varias oportunidades preguntándome acerca de esto llamado danza. Mi inquietud surge, por un lado, de una observación personal que me ha llevado a la hipótesis según la cual la danza, a lo largo de su desarrollo, ha ido encaminándose en una búsqueda progresiva de la perfectibilidad del cuerpo. Hoy día, el énfasis está puesto en la estética corporal, que tiende cada vez más hacia una delgadez insana y enfermiza, y sobre todo, hacia el logro de una técnica y un virtuosismo que bordean lo circense. En virtud de esta tendencia, sospecho que la danza se ha ido acercando a la esencia del deporte, cuyo principal objetivo es la máxima potencialidad física de modo tal de alcanzar altos niveles de competitividad. Así, la danza ha consagrado al cuerpo en desmedro del alma, la técnica en detrimento del arte. Reconozco que esta hipótesis puede parecer algo apresurada, por lo que antes de argumentar sería conveniente exponer algunas definiciones a propósito de los tres conceptos cabales hasta aquí mencionados, a saber: el arte, la danza y la relación cuerpo-alma. Antes de ello, quisiera exponer una segunda cuestión que me ha llevado a indagar sobre esta parte tan importante de mi vida y es el hecho de que pese al placer enorme que la danza me brinda, la encuentro incapaz de satisfacer mi apetito intelectual, razón por la cual me he visto en la necesidad de buscar en la formación universitaria un espacio donde compensar ese vacío. Este trabajo, empero, ha modificado sensiblemente la perspectiva desde la cual he siempre mirado a la danza, y en consecuencia, mi concepción primera de la misma. Pero no quiero adelantarme. Quisiera continuar por donde empecé, a fin de dejar constancia del proceso por el que he pasado y gracias al cual he podido reconocer una contradicción de la cual fui por mucho tiempo víctima, o responsable, de manera totalmente inconsciente.


¿Qué es el arte?

Basta con investigar en algunas pocas fuentes para dar cuenta de que estamos frente a un término por demás complejo y polémico, y por lo tanto, extremadamente difícil de definir. Confieso ser simpatizante de la mirada crítica del arte sostenida por los autores de la Escuela de Frankfurt y, en particular, de la concepción elaborada por Walter Benjamin, para quien el arte en la época de su reproducción técnica habría perdido su aura y su valor cultual, pero no obstante ganado en su capacidad exhibitiva#. A partir de entonces, el arte tendría la posibilidad de provocar en su público, cada vez más masivo, un tipo de mirada, un desarrollo de la subjetividad que conduciría a las masas a la reflexión. En contra de las vanguardias estetizantes, por desvincularse de lo político y de lo social, y de la industria cultural, por convertir a los productos artísticos en meras mercancías para el entretenimiento de las masas desatentas, Benjamin propone un arte fuertemente comprometido con la sociedad. La nueva función social del arte, la exhibitiva, tendría entonces un fuerte impacto sobre la consciencia social de las masas, por lo que el compromiso de los artista con lo político podría hacer de este arte atravesado por la tecnología una instancia revolucionaria.

¿Qué es el alma?

Platón concebía al cuerpo como la cárcel del alma. A través de su conocida Alegoría de la Caverna explica metafóricamente la imposibilidad de los hombres de acceder a las verdades absolutas por encontrarse prisioneros en el mundo sensible. Sólo los filósofos tendría entonces la posibilidad de acceder al mundo intelegible porque estarían más capacitados para alcanzar el conocimiento verdadero. El dualismo platónico fue retomado por la Iglesia y se convirtió en la mirada dominante de la sociedad occidental, lo cual condujo a un desprecio por el cuerpo humano, considerado como una morada indigna para la pureza del alma.
Una de las promesas más destacadas de la Modernidad fue la liberación del cuerpo: había que abolir la dualidad cristiana de alma y cuerpo para que el hombre pudiese ser finalmente y plenamente libre. Esta obsesión por liberar al cuerpo de sus ataduras no tuvo en cuenta la advertencia de Hegel, para quien estábamos obligados a entrar en la era de la dualidad cuerpo-alma porque “el espíritu tenía que diferenciarse

del cuerpo y de sus necesidades continuamente insatisfechas para poder alcanzar su plena armonización al final de la Historia”#. Esta concepción, empero, ha sido fuertemente criticada por el materialismo histórico y de manera explícita por Herbert Marcuse, quien describe la historia del idealismo como la historia de la aceptación de lo existente. El idealismo ha alimentado el desarrollo de una mala conciencia mediante una concepción particular de la cultura a la que denomina Cultura Afirmativa. Bajo este concepto se entiende

aquella cultura que pertenece a la época burguesa y que a lo largo de su desarrollo ha conducido a la separación del mundo anímico-espiritual, entanto reino independiente de los valores, de la civilización, colocando aquél por encima de ésta. Su característica fundamental es la afirmación de un mundo valioso, obligatorio para todos, que ha de ser afirmado incondicionalmente y que es eternamente superior, esencialmente diferente del mundo real de la lucha cotidiana por la existencia, pero que todo individuo "desde su interioridad", sin modificar aquella situación fáctica, puede realizar por sí mismo#.

La cultura afirmativa convalida, pues, la división cuerpo-alma, eliminando toda vinculación con lo material para lograr la aceptación y conformidad de los hombre respecto de sus condiciones materiales de existencia. Frente a esto el marxismo responde que no es la conciencia lo que determina la vida del hombre, sino que es el ser social el que determina su propia conciencia.

¿Qué es la danza?

Luego de varias lecturas sobre diversos autores que se animaron a definir esta "área del arte", logré toparme con una concepción de la danza con la cual coincido plenamente. Me refiero a la sostenida por Isadora Duncan, cuyo estilo supuso una ruptura radical con la danza clásica. Para ella, la danza consistía en una búsqueda de la esencia del arte que sólo puede proceder del interior. Mientras que las escuelas de baile enseñaban a sus alumnos que el resorte de todo movimiento se hallaba en a espina dorsal, a partir de la cual brazos, piernas y tronco brotaban en libre movimiento, produciendo como resultado un movimiento mecánico, artificial, indigno del alma, ella por el contrario buscó ese resorte en “el manantial de la expresión espiritual para encauzarlo en los canales del cuerpo”#.
Isadora Duncan se consideraba enemiga del ballet porque este separa al alma del cuerpo y fundamentalmente porque se mostraba en contra de todo convencionalismo, actitud propia de la vanguardia. Los movimientos clásicos eran bellos y graciosos, mostraban las formas delicadas; los movimientos de Isadora no mostraban, significaban, apuntaban a comunicar sensaciones, expresaban el estado del alma. Para ella el arte se fundaba con la vida, y por lo tanto, todos éramos artistas. Esto muestra su deseo de romper con la esfera autónoma del arte y en este sentido, puede plantearse un fuerte vínculo entre su concepción de la danza con la idea del arte desarrollada por W. Benjamin.
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Luego de hacer este repaso por las distintas concepciones que ciertos autores sostienen acerca del arte, la danza y la relación cuerpo-alma, y de exponer mi inclinación por las desarrolladas por la Escuela de Frankfurt, Isadora Duncan y el materialismo histórico respectivamente, me encuentro con una realidad en la que me es difícil volcar esta mirada. Me refiero a las condiciones reales de existencia en las que se halla hoy inmerso un bailarín profesional, para quien buscar en la danza un lugar de expresión de ideas e incluso un medio para la acción está totalmente fuera de sus posibilidades. En tanto proletario dancístico, en última instancia puede sólo expresar las ideas de aquellos pocos que sí pueden explotar a la danza como un arte comprometido con lo social, aunque quienes tienes los medios de producción ideológica y artística están en general al servicio del orden vigente. Es en este escenario en el que he crecido y desenvuelto como bailarina, en medio de una masa de bailarines que ya no tienen voluntad sobre sus propias consciencias y que responden a una concepción del mundo y de la danza que les es impuesta por una fuerza que no pueden controlar. Así, el bailarín no tiene opción de aprehender la verdadera riqueza artística y espiritual que la danza puede brindarle, y sólo se ha quedado con su cuerpo al cual busca dominar para alcanzar la perfección necesaria de manera de asegurarse un lugar en el proletariado dancístico, o en el peor de los casos, en el ejército de reserva. Es esta realidad la que ha convertido a la danza en algo que ya no puede llamarse arte, muy a pesar mío en tanto parte de este mundo. Estamos los bailarines inmersos en una completa alienación y hemos olvidado que antes de bailarines, somos personas que bailamos, pensamos, soñamos y reflexionamos, y que todo ello puede fusionarse en una misma fuerza. La danza es cuerpo y alma fundidos en una sola experiencia y que puede tener infinitos motores y objetivos, pero una sola esencia: la expresión libre de esa misma fusión.
Es en este punto de reflexión donde he tomado consciencia de la contradicción a la que me he referido hacia el inicio de este trabajo. Por un lado lamento la pérdida de artisticidad de la danza que la condujo a convertirse en una mera actividad física que en poco y nada se diferenciaría del deporte. Lo que estoy denunciando, en otras palabras, es la progresiva separación del cuerpo y del alma en la danza, aunque se trataría de un dualismo inverso al platónico en el sentido de que es aquí el cuerpo el que primaría sobre el alma. Me coloco entonces en una posición desde la cual considero a la danza como un medio de expresión artística, que va más allá de lo físico; el cuerpo sería entonces parte de esa fusión aurática y no el fin último, tal como sospecho lo considera actualmente el mundo de la danza para sí. Sin embargo, al plantear la cuestión de la insatisfacción intelectual que la danza me invoca, yo misma soy defensora de ese dualismo al que tanto me opongo. Inconscientemente, he desde siempre separado en la danza al cuerpo del alma, considerándola como un medio de expresión, pero de meros sentimientos y emociones, mientras que he dejado en manos de lo académico el cultivo de mi espíritu, de mi consciencia. Me pregunto entonces si esta contradicción interna se debe a un tonto prejuicio que como tal no podría justificar en términos racionales, o bien responde precisamente al hecho de haberme encontrado desde mis inicios como bailarina en un mundo enajenado que ya no sabe ni quiere saber de qué se trata verdaderamente esto que se ha dado en llamar danza.
Reconozco las dificultades con las que como proletarios dancísticos tendremos que enfrentarnos para poder finalmente explotar el abanico de posibilidades que la danza ofrece. Empero, considero de una importancia cabal haber al menos tomado consciencia de que formo parte de un mundo que no es tan superficial como creía. Claro que el cambio no será sencillo; tomando las palabras de H.Marcuse, se tratará de “un baile sobre un volcán”#.

CRITICA A ALAN PAULS

Narrada en tercera persona, La historia del llanto es una novela que invita al lector a conocer los pensamientos más íntimos de un niño de cuatro años, pero expresados en un lenguaje adulto. En virtud del pacto ficcional, que autor y lector de ficción suscriben, la elección de postular el mundo interior de un infante desde un razonamiento y lenguaje adultos resulta absolutamente verosímil. El lector acepta desde el principio dicho pacto sin preguntarse acerca de la veracidad o falsedad de lo que lee. De lo contrario, la lectura de esta novela, y de cualquier texto de ficción, sería insostenible.
Otro recurso de verosimilizacción utilizado en este relato de ficción es la introducción de datos sacados de la realidad histórica, tales como la fecha exacta de la caída de Salvador Allende o la lectura por parte del personaje principal, ya de trece años de edad, de la revista La causa peronista. Sin embargo, este mismo recurso juega por momentos en contra de la búsqueda de lo verosímil, en tanto que el tratamiento aleatorio del tiempo deja ciertas lagunas temporales y algunas contradicciones.
El punto de vista adoptado por el narrador, focalizado en la vida del niño, permite el florecimiento de la subjetividad. En este sentido, si bien narrador y autor no se confunden, por los pocos datos que gracias a los reportajes y biografías podemos conocer acerca del autor, y por la forma detallada en que son descriptas las sensaciones e interpretaciones del personaje principal, no sería demasiado aventurado aducir los hechos narrados en la novela a la propia experiencia de vida de Alan Pauls. Claro que esto quedaría siempre como una incógnita indescifrable y es lo que en definitiva forma parte del juego entre ficción y realidad que hacen de todo relato ficcional algo por demás interesante.