martes, 8 de junio de 2010

Sobre 4 piernas y una cabeza

Encontrábame yo en el aula 201 de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, ese edificio tan acogedor que me recibe con sus brazos desgarbados desde hace 8 años. ¡8 años! ¡Por el amor de Alá, soy la típica eterna estudiante de ciencias sociales! Pero bueno, las razones de mi prolongada cursada las daré en otra oportunidad. Es otra cuestión la que me incita a escribir estas líneas. Decía entonces, estaba sentada en esas sillas deprimentes del aula más decente de la sede de Parque Centenario (¿alguno la conoce? Es una ex fábrica de la época peronista que quedó abandonada por años hasta que en los 90´ alguien dijo: “¿en dónde metemos a estos pobres diablos que quieren morirse de hambre por el resto de sus vidas estudiando esas pavadas que tienen que ver con la sociedad, el ser humano, los conflictos, las crisis, una pérdida de tiempo realmente?” Y metámoslos ahí, le contestó otro oligarca, en esa fábrica venida a menos, total no nos sirve para nada) La clase la estaba dando el prestigiosísimo Pablo Alabarces (un groso, si no miren su biografía: http://www.catedras.fsoc.uba.ar/alabarces/pablo_alabarces.htm), profesor titular del Seminario de Cultura Popular y Masiva en la Carrera de Ciencias de la Comunicación. Sí, si, estudio Comunicación, y ¡por favor!, nunca la confundan con Periodismo. ¡Hay tanto chanta que se acredita ese título! Porque, gente, sépanlo, cualquiera puede ser periodista. No tienen que estudiar nada, basta con ese título vergonzoso que te da la escuela secundaria. Las razones son legales: el derecho a la información es universal, bla bla bla. Vuelvo al tema: estaba en la clase del seminario de cultura, y de repente, Alabarces, que estaba dando cátedra del folklore y del tango en tanto que fenómenos populares, lanza la siguiente afirmación a propósito de la danza del tango:

“Una colega, María Julia Carozzi, que ha trabajado mucho sobre el tema de la milonga contemporánea, cuenta cómo los profesores del tango dicen: “el tango son cuatro piernas y una cabeza”.¿La cabeza cuál es? La cabeza del macho, que dirige el baile. Saben que la danza es fundamentalmente masculina. El que manda es el tipo, que te guía, que te lleva, que te revolea.”

El teórico (que es fantástico, se los recomiendo: todos los miércoles a las 19hs en el aula 201 de mi amada facultad, o si no, pueden acceder a los teóricos desgrabados, que se publican en la página de la cátedra: http://www.catedras.fsoc.uba.ar/alabarces/ ) sigue con el tango y otros tantos temas interesantes sobre cultura popular, pero ese comentario “El tango son 4 piernas y una cabeza” me quedó atravesado en el orgullo. Ah!! Porque además, gente querida, soy bailarina. ¡Claro! Me olvidé de ese pequeño detalle. Desde los 4 años que bailo, desde los 14 que lo hago profesionalmente, o sea, hace 14 años que vivo de la danza. ¡Siii! Se vive de la danza, no muy bien, pero es un trabajo. Me pagan por bailar. Si, qué lindo, hago lo que me gusta. Pero es un laburo, ¿eh? No se confundan.. Bueno, decía, siendo bailarina, y sabiendo algo de tango, el comentario me cayó como una patada en el hígado. Entonces, ¿qué hice para descargar mi indignación? Le mandé un mail a Alabarces. ¿Qué se yo? Por ahí lo leía, por ahí no. Tal vez le importaba un pito mi opinión, tal vez le disgustaba mi comentario. No sabía qué onda, pero yo tenía ganas de hacerme escuchar, y se lo mandé no más.

En el teórico siguiente el tipo empieza su clase como siempre: música, videos proyectados sobre el pizarrón, un despliegue de hojas, papeles, libros sobre el escritorio, el tipo yendo de aquí para allá, cada tanto emitiendo un sonido (un intento por tararear la melodía calculo) o generando algún movimiento espasmódico con su cuerpo (un tanto descuidado porque, como sucede con todo intelectual, la posesión de un cuerpo sólo tiene una razón de ser: sostener y transportar su cabeza de congreso en congreso). En fin, sus clases son un espectáculo. Pero un espectáculo con contenido, muy diferente al espectáculo al estilo Tinelli, Susana Jiménez y demás personajes mediáticos sobre los cuales prefiero no emitir comentario porque me iría al demonio y nunca terminaría con esta historia. Entonces, el tipo empieza el teórico con algunos anuncios institucionales. Micrófono en mano, y delante de 200 alumnos, anuncia:

“Seguimos con el tango, porque evidentemente el tango ha tenido mucho éxito y muy buena repercusión, a juzgar por las colaboraciones que muchos de ustedes me han mandado. Entre otros Julieta…”

Bueno, la cosa es que Alabarces lee mi comentario, agregando algunas notas de color de su autoría, adelante de toda esa muchedumbre de alumnos que, y esto me hace sonrojar un poco, encontraron mi comentario bastante divertido. ¡Hasta se escucharon unas cuantas risas! Y aquí termino esta historia, compartiendo con ustedes ese texto que le escribí a Alabarces en defensa del género femenino en ese mundo tan pero tan machista que es el del tango de burdel, calle y salón. Arriverderchi!


“Soy bailarina profesional, y entre otros géneros (clásico, contemporáneo), bailo tango. Naturalmente, tengo algunas cosas que decir a propósito de la frase “El tango consiste en 4 piernas y una cabeza”. Cierto es que en las milongas, donde no hay coreografías pues es todo improvisado, el hombre es quien manda, la mujer es quien obedece. Pero atención, las apariencias engañan: mientras que el rol del hombre consiste en la creatividad y la espontaneidad, acción puramente pulsional, el rol de la mujer, en cambio, es muchísimo más racional: a ella le toca codificar permanentemente las marcas de su pareja. Es decir, mientras el hombre se destaca por su capacidad de manejar a la mujer y de realizar combinaciones originales, la mujer ha de destacarse por su capacidad de leer rápidamente las sutiles marcas del otro y de efectuar adornos con sus piernas a fin de estilizar la danza. De esto se sigue que mientras que al hombre le basta con contar con un repertorio de posibles combinaciones que repite indistintamente a lo largo de la pista, y que realiza casi automáticamente, la mujer debe estar en constante alerta,leyendo, codificando, interpretando y, además, creando sobre la “creación” de su partenaire. No soy feminista, y por ello no interpretaré que la cabeza a la que aquella frase se refiere es la de la mujer. Por supuesto que la cabeza del hombre también es necesaria, pero por propia experiencia puedo decirle que cuando una conoce de verdad a su partenaire, llega a leer anticipadamente sus marcas, a tal punto que me he llegado a preguntar si se trata realmente de una percepción altamente desarrollada producto de una profunda conexión con el otro, o si de algún modo la cabeza del hombre se torna tan básica, que cuando él va, yo fui vine, fui vine, fui vine… “

Veinte años del Ballet Folklórico Nacional

El Centro Nacional de Música celebró el vigésimo aniversario
del Ballet Folklórico Argentino. Los fundadores de la compañía,
Norma Viola y Santiago Ayala, fueron homenajeados.

Por Julieta Gros

El Ballet Folklórico Nacional (B.F.N.) se presentó en el Centro Nacional de la Música el domingo último, con un espectáculo que se caracterizó por el profesionalismo de sus bailarines. A 20 años de su creación, la compañía fundada por Norma Viola y Santiago Ayala, más conocido como “El Chúcaro”, cautivó a un público que pudo disfrutar del auténtico arte nacional, en un año tan propicio como es el del Bicentenario para sentir la esencia de la argentinidad.
El Centro de la Música abrió sus puertas una hora antes de que se diera inicio a la función, para permitir el ingreso libre y gratuito de los primeros espectadores precavidos que pudieron disfrutar del espectáculo desde la comodidad de sus butacas. Aquellos que llegaron justo sobre la hora debieron permanecer parados, ya que las localidades eran limitadas.
La función comenzó con “Homenaje a Norma y Nylda Viola”, con coreografía de Rodolfo Lastra y música de Alberto Ginastera. Esta danza se realizó en memoria de las hermanas Viola, maestras de la compañía desde su fundación, el 9 de julio de 1990. Pero las verdaderas raíces del B.F.N. se encuentran en los años 30 del siglo XX, momento en el que se puso en marcha un proyecto cultural que tenía por objeto construir una identidad nacional en un contexto marcado por un fuerte cosmopolitismo, resultado del proceso de modernización impulsado por la generación de 1880. El movimiento tradicionalista y folklorista buscó en el interior el auténtico arte nacional y en la figura del gaucho, el símbolo de la patria. Hombres como Lazarreta dedicaron su vida a recolectar las diversas danzas y canciones propias de cada región, y a difundirlas por todo el país. Siguiendo sus pasos, el Chúcaro conformó junto a Norma Viola una compañía de danza folklórica con la que realizó varias giras por las provinvias argentinas, procurando conservar en cada una de las danzas sus rasgos típicos y regionales.
El segundo cuadro del encuentro fue” Chacarera de la Luna”, con coreografía de Santiago Ayala y Norma Viola y música y letra de Atahualpa Yupanqui, uno de los padres de la música folklórica junto con Buenaventura Luna. La primera parte del espectáculo cerró con “Misa Criolla”, dedicada a la memoria de Ariel Ramírez, con coreografía de Nydia Viola y música de Ariel Fernández. En este cuadro se representa el martirio de Jesucristo con un gran silencio y devoción, que estalla luego en una ruidosa alegría por la Resurrección.
Actualmente, el B.F.N. depende de la Secretaría de Cultura de la Nación. Según fuentes cercanas al Ballet, la compañía del Chúcaro se nacionalizó a raíz de una promesa que le hizo Carlos Menem cuando todavía era gobernador de la provincia de La Rioja. Luego de verlo bailar con su compañía, Menem se comprometió con el Chúcaro a nacionalizarla, en caso de que asumiera la presidencia, y no lo defraudó.
Luego de un pequeño intervalo, la segunda parte del espectáculo abrió con “Danza de las Hilanderas”, con coreografía de Santiago Ayala y Norma Viola y música de Ariel Ramirez, en la que se hace homenaje a las teleras del noroeste argentino por haber mantenido a través del tiempo una de las artesanías más importantes de Argentina. A continuación, dos bailarines se lucieron en “La cita”, con música de Chazarreta.
Como cierre el Ballet desplegó todo su brillo en “Amanecer Salteño”, con coreografía del legendario Chúcaro y Norma Viola, y música de Attadía. El público aplaudió de pie esta última danza, inspirada en los gauchos de Güemes que dieron sus vidas en defensa de la patria.
El B.F.N. se presentará nuevamente en el centro el 27 y 28 de Mayo con el mismo repertorio. También participará en los festejos por el Bicentenario, realizando el 25 de Mayo un desfile por la ciudad desde el obelisco hasta la Casa Rosada. El 9 de julio actuará en el Teatro Alvear para festejar el 20° aniversario de su fundación, homenajeando a sus padres fundadores con la pureza y la autenticidad que distinguen a cada uno de los 34 bailarines que conforman el Ballet Folklórico Nacional.

Ganar un premio no sería una cuestión de suerte


Ayer por la mañana la Sra. Marcela fue premiada con un auto o km por haber comprado en el supermercado Carrefour de Villa Luro un paquete de papas fritas que contenía un cartón ganador. ¿Puro azar?
Como suele hacer todos los lunes, Marcela realizaba sus compras en el supermercado más cercano a su casa. Mientras recorría las diversas góndolas notó la presencia de un hombre vestido de traje que la observaba insistentemente. Un tanto incómoda siguió su recorrido habitual hasta llegar a la sección de snaks. Al tomar un paquete de papas fritas el hombre trajeado se le acercó para persuadirla de que escogiera una marca distinta. El producto que le ofrecía se hallaba en promoción y tras hacer un rápido cálculo, Marcela accedió a cambiar su elección. Tomó el paquete que el hombre le entregó y siguió su camino. Al finalizar la compra, se dirigió a la caja registradora. Junto con un grupo de hombres igualmente trajeados la esperaba aquel señor, quien pidió a Marcela abriera el paquete de papas fritas puesto que dentro encontraría un cartón para raspar. Extrañada, tomó del paquete el cartón, lo raspó y leyó en voz alta: “AUTO O KM”. Tras verificar la información, el hombre la felicitó por haber tenido la “fortuna” de elegir el paquete ganador.

Así pues, ganarse un premio no parece ser una cuestión de suerte. Luego de contarme esta historia, Marcela me confiesa su mayor curiosidad: ¿qué habrán tenido en cuenta estos hombres para decidir que yo era la elegida?

viernes, 4 de junio de 2010

El valor de uso de una mercancía peculiar

Alguno se habrá topado alguna vez con estos objetos de forma rectangular cuyas medidas oscilan entre los veinte centímetros de largo por unos quince de ancho apróximadamente. Tienen en su interior gran cantidad de papeles del mismo tamaño y espesor, todos igualmente rectangulares y blancos, sobre los cuales se hallan impresas con tinta negra diversas figuras que se repiten y combinan de múltiples maneras. Dichas figuras se encuentran dispuestas en líneas horizontales que se despliegan, una debajo de la otra, a lo largo y a lo ancho y a ambos lados de todos y cada uno de los papeles, los cuales pasaré a denominar hojas por tener un derecho y un revés. La cantidad de hojas varía de un objeto a otro y en todos los casos están unidos por el costado izquierdo más largo del rectángulo mediante diversas técnicas de ensamblado. La suma de los papeles adquiere unidad con la presencia de otras dos hojas ubicadas por delante y por detrás de las demás y que se distinguen por su color y mayor espesor. Además de darle unidad al objeto, estas hojas tienen la función de proteger al resto, del mismo modo que la tapa de una caja tiene por objeto contener y resguardar su contenido. Llamaré entonces tapa a la hoja de adelante y contratapa a la de atrás. La tapa consta de las mismas figuras que encontramos en las hojas internas, aunque más llamativas y grandes que aquéllas, y pueden o no estar acompañadas por dibujos e ilustraciones. Hay tapas duras que parecen aportar al objeto un plus de distinción, un plusvalor que está relacionado con otra característica fundamental de este objeto: es producto del hombre y no de la naturaleza. Este tipo de cosas no se obtienen de la rama de un árbol sino que son el resultado de horas de trabajo humano, y sólo podemos encontrarlas en el mercado. Allí se compran y se venden estos productos, que son ya mercancías, y el valor de las mismas varía según la calidad de su material y la cantidad de tiempo de trabajo humano en ellas incorporado. Sin embrago, sucede a veces que algunos de los menos gruesos y lujosos de estos artefactos son los más costosos. Me pregunto, pues, qué es lo que verdaderamente da valor a estos artificios misteriosos. Sabemos que un objeto, para ser mercancía, debe tener un valor de uso y un valor de cambio. Estos objetos tienen indudablemente un valor de cambio, pues todos ellos contienen tiempo de trabajo humano y son efectivamente vendidos y comprados en el mercado. Ahora bien, ¿qué podemos decir de su valor de uso? Si tal cosa es una mercancía, alguna necesidad ha de satisfacer, pues de lo contrario no podría ser considerada mercancía. Me propongo aquí descubrir el valor de uso de estos objetos a partir de la observación de los momentos en que distintos hombres y mujeres se disponen a hacer uso de los mismos.

Las siguientes observaciones han sido extraídas de un trabajo de sondeo que toma como muestra a cien individuos de la ciudad de Buenos Aires elegidos al azar, en la esfera tanto pública como privada, y que describen los momentos en que el hombre, sea mujer o varón, se dispone a hacer uso del objeto investigado:

Lo más común es que el hombre sostenga el objeto con sus manos. Si bien es posible que lo apoye sobre una mesa o sobre su regazo, en todos los casos sus manos siempre están activas y manipulando al objeto de diversas maneras.
Generalmente el hombre se coloca en una posición cómoda pues suele permanecer en ese mismo lugar durante el tiempo que dure la utilización del objeto. El tiempo promedio es de una hora. Es preciso aclarar que este dato es poco representativo en tanto que existe una gran brecha entre los tiempo mínimos y máximos de duración extraídos del muestreo: encontramos casos de dos minutos y otros que se extienden a cuatro horas o más de duración.
Sea cual sea el tiempo de duración, lo más común es que el hombre se encuentre sentado, aunque también se han visto casos de personas que, recostadas sobre el césped de un parque, paradas en un vagón de un tren en marcha, o incluso caminando, hacen igualmente uso de esta cosa aparentemente tan versátil. De cualquier manera, de los datos obtenidos, el lugar por excelencia elegido por los hombres al momento de disponer del objeto resulta ser un sillón, generalmente situado en la intimidad del hogar y en un ambiente tranquilo y silencioso.
En la mayoría de los casos, el hombre coloca el objeto a la altura de su ombligo, inclina su cabeza levemente hacia abajo y fija su mirada en el objeto. De vez en cuando cambia de posición o realiza algún movimiento que hace que su mirada se aparte del objeto, pero sólo por unos instantes. Ejemplo de esto se da cuando el hombre bebe de un vaso de agua que no por causalidad se encuentra al alcance de su mano. Y digo que no es casual porque durante todo el período en que el hombre hace uso del objeto, no es común que haga otra cosa. Por así decirlo, evita toda clase de distracciones y para ello, hay un momento previo en el que el hombre se aprovisiona de todas aquellas cosas que necesitará, como anteojos, cigarrillos, encendedor y cenicero, una buena luz, un sillón donde sentarse, etc.
Una vez acomodado, el hombre toma el objeto con sus manos y lo abre, quedando la tapa sostenida por su mano izquierda y el resto de las hojas y la contratapa por su mano derecha. Cada tanto, toma una de las hojas de la derecha y la pasa hacia el lado izquierdo. Esto se repite varias veces, por lo que con cada nuevo movimiento la fila de la izquierda va ganando en grosor mientras que la de la derecha se va reduciendo progresivamente. Llamaré a este procedimiento movimiento manual.
Existe otro tipo de movimiento, independiente pero estrechamente ligado al anterior, al que llamaré movimiento ocular y que consiste en el recorrido casi imperceptible que efectúan los ojos del hombre cuando se enfrentan al objeto: empezando por la parte superior de la hoja, a veces situada en la pila de la derecha y otras veces en la de la izquierda, ambos ojos se dirigen lentamente de izquierda a derecha para luego volver rápidamente al punto inicial, aunque unos milímetros más abajo. Esto lo hacen repetidas veces, descendiendo cada vez un poco más, hasta llegar al final del papel.
Es en el momento en que sus ojos se topan con los límites del papel cuando el movimiento ocular se combina con el movimiento manual: el hombre toma el papel de la derecha para pasarlo al lado izquierdo. Y una vez más, el hombre inicia su movimiento ocular, empezando por la parte superior de la nueva hoja traspasada. Llamaré a esta articulación de los movimientos manual y ocular proceso de coordinación sensorial.
El proceso de coordinación sensorial se reitera varias veces, pero no siempre ininterrumpidamente: puede suceder que el hombre vuelva sobre una hoja ya trasladada de derecha a izquierda, produciendo así un movimiento contrario al normal. O bien, puede ocurrir que su mirada ascienda repentinamente para retomar el camino del descenso. He observado que, en general, estos tipos de movimientos van acompañados de otros, como el frunce del entrecejo o la utilización del dedo índice como guía para el movimiento ocular.
Luego de varios movimientos manuales y oculares el hombre abandona el objeto, no sin antes colocar una especie de papel rectangular de unos veinte centímetros de largo por unos cinco de ancho entre las hojas que ha observado por última vez. A este proceso lo denominaré señalización. Lo cierra y deposita en algún lugar visible, generalmente sobre la mesa de luz próxima al sillón, y así queda el objeto, inutilizado e inerte, por períodos que pueden llegar a durar días, semanas y hasta meses.
El tiempo de inactividad del objeto se detiene en el momento en que el hombre vuelve a apoderarse de él. Lo abre en el preciso lugar donde antes había colocado el pequeño papel y enseguida retoma los movimientos manuales y oculares. En un momento dado, el hombre se detiene, coloca el pequeño papel entre las dos últimas hojas que ha observado y lo cierra para dejarlo otra vez inactivo hasta la próxima ocasión.
En cada nuevo retorno del hombre al objeto, y con cada nueva señalización, el pequeño papel se va acercando a la contratapa, y una vez que la alcanza, el objeto parece haber perdido toda su utilidad, si es que en algún momento la tuvo. Yace por un tiempo indefinido sobre la mesa de luz hasta que, en un cierto punto, es colocado en un estrecho lugar plagado de otros tantos ejemplares de su tipo entre los cuales se pierde. Y allí permanece, inútil y haragán, durante meses, años o incluso décadas. Puede suceder que algún otro hombre, o incluso el mismo que lo ha abandonado, lo rescate de entre los escombros de la pereza y del olvido. Sin embargo, lo más común es que su utilidad muera en esa primer y única experiencia.