lunes, 23 de agosto de 2010

Entrevista a Ana María Stekelman

Ana María Stekelman
“A nadie le interesa la danza”
Por Julieta Gros

La directora de Tangokinesis anuncia la muerte de la danza.

Nacida en el barrio de Villa Crespo y criada por padres de origen ruso judío, Ana María Stekelman es una notable coreógrafa argentina que fusionó la danza contemporánea con el tango, adquiriendo así una identidad propia. Desde una perspectiva adorniana, habla del ahogamiento de la cultura y de la ausencia de políticas culturales que apuesten al arte en general, y a la danza en particular.

¿Cómo fue el proceso de creación de su lenguaje?

A los 18 estaba en Nueva York estudiando la técnica de Martha Graham, una de las fundadoras de la danza moderna. Una noche fui a una boite y conocí a Copes. Me volví loca. Verlo bailar tango fue una experiencia que me quedó grabada para siempre. De regreso a Argentina incursioné en otras técnicas de afuera. Estuve años coordinando distintos estilos y técnicas para desarrollar un lenguaje propio. Pero siempre valoré mucho a mis maestros de acá. Nosotros hablábamos mucho con nuestros maestros, y eso es algo que se ha perdido totalmente. La gente ahora hasta te copia sin consultarte.

¿Hay algo de lo nuevo que le resulte interesante?

No voy a ver mucho porque lo que se está haciendo me desilusiona. No me gusta el feísmo. Yo tengo una relación muy fuerte con la belleza. A mí me gusta el movimiento, la velocidad y me gustaría lograr una fusión todavía más fuerte entre el tango y la danza contemporánea. Tengo muchas imágenes en la cabeza pero no puedo plasmarlas porque no hay dinero.

¿No existe una política cultural que apoye a grupos independientes como el suyo?

Generalmente no, aunque hace poco obtuvimos un subsidio de Prodanza que me animó espiritualmente. Lo cierto es que no hay espacio para la danza en Argentina. Para mí es desesperante porque la danza es el primer arte, es lo primero que surge como expresión humana. Pero a nadie le interesa porque la danza no es como un cuadro que adquiere un valor; es algo que sucede en el momento y que está más unido a lo primitivo. De ahí que la danza está condenada a morir, porque no entra ni en los mercados ni en los medios.

De modo que a las dificultades económicas se les suma una crisis cultural…

Lo que yo veo es el ahogamiento de la cultura y eso puede verse en la falta de lugar del arte en la prensa. Vos comprás un diario y está lleno de publicidad. A lo sumo hay espectáculo, pero no arte. Yo vengo de una época en la que el espíritu era muy fuerte y eso se perdió. Siento que hay un tsunami cultural, una decadencia total, tanto en la política como en la cultura.

Esta tensión entre arte y mercado atraviesa la vida de todo bailarín, sobre todo teniendo en cuenta que su carrera tiene una vida poco longeva.

La danza está en uno. Siempre podés estar ligada a la danza de varias maneras. Si realmente tenés una pulsión no hay fecha de caducidad. El problema no es que la carrera de un bailarín se termine a los 40. El tema es que ahora es difícil conservar a los bailarines porque no les podés pagar. Pero incluso si les pagás, se van a otros grupos donde les pagan más. Antes vos estabas con un coreógrafo por convicción, y seguías y apoyabas a ese artista con su técnica. Ahora no es así, y la consecuencia es que el bailarín se vuelve un poco espurio. Quizás gana en ductilidad, pero es una ductilidad inútil porque es la de un artesano, no la de un artista. El artista se juega por algo.

¿Ha utilizado la danza como herramienta política?

No. A mí me tocó dirigir el San martín en la época del proceso y eso me salvó porque en ese momento el San Martín era como una isla. Durante mucho tiempo conté historias del proceso pero no hice obras sobre eso. Lo que ocurrió durante ese período tan doloroso está muy marcado en mi generación. La generación joven, en cambio, no tiene en la sangre esa historia. Sobretodo la del 90, que es como un borrador.

Y el indulto una lobotomía…

Totalmente. Me parece que pasaron cosas muy graves y ahora la gente está muy light. Es como si no comprendieran el pasado. Y lo mismo pasa en la danza: quieren hacer algo distinto pero no conocen la historia. No podés traer una técnica como el flying low, que tiene años, y decir que es una novedad Además se trata de una técnica que no tiene esa filosofía del movimiento que tenía la de Graham. La forma y el contenido son un todo articulado. Ahora hay mucha forma sin contenido. Y eso aburre.

Tus obras son generalmente abstractas, tienen contenido pero no argumento.

Claro, a mí me gusta lo aleatorio. Mis obras cuentan muchísimo, pero de a poquito y con pequeños detalles. Por ejemplo, la obra Báthory casi no te das cuenta que tiene un argumento.

Su última versión de Báthory tiene un contenido muy fuerte y hasta una doble significación, porque se conjuga con la historia del proceso en la Argentina.

Originalmente la obra estaba basada en la historia de Báthory que es muy interesante per se. Lo que me llevó a vincularla con el proceso fue el hecho de que esta condesa rumana tenía una serie de relaciones políticas que le permitieron matar a centenares de jóvenes sin ser juzgada. ¿No te suena conocido eso acá?

De modo que esta sería tu primera obra política.

Sí, pero yo no hice Báthory pensando en hacer una obra política. Fue algo que se dio en el proceso de creación. Yo creo que las obras menos políticas son las obras políticas. Cozarinsky tiene una frase que me gusta mucho y es que cuando él ve una película de una época, él siente muy viva esa época. Es como que te da más información lo artístico que lo informativo. Lo informativo te informa sobre el arte y el arte te informa sobre lo que realmente pasa. Y eso es lo político del arte, no hacer una obra política. Yo odio todas las obras políticas, las detesto.