lunes, 11 de octubre de 2010

La espacIalidad del cuerpo propio en la danza del tango improvisado

Hace unos meses publiqué el post titulado “Sobre 4 piernas y una cabeza”. Sintéticamente, relataba un episodio que tuvo lugar en el Seminario de Cultura Popular y Masiva, dictado por el docente Pablo Alabarces. En uno de sus teóricos trató el tema del tango en tanto que danza popular de origen prostibulario que apareció en los arrabales de Buenos Aires hacia finales del siglo XIX. Luego de un recorrido histórico y de un análisis social y cultural del fenómeno, Alabarces finalizó el teórico con la siguiente afirmación: “El tango consiste en cuatro piernas y una cabeza”. Esta frase remite a una concepción claramente machista del tango, en la medida en que la cabeza a la que se hace referencia es la del hombre. Es él y su mente quien domina tanto su cuerpo como el de su pareja. El rol de la mujer queda reducido, desde esta perspectiva, al de una mera máquina, una suerte de forma sin contenido.

En tanto que bailarina de tango, sentí en aquel entonces la necesidad de cuestionar esta concepción, por lo que hice uso del blog de la cátedra para expresar su punto de vista. El siguiente es el comentario que dejé posteado:

“Soy bailarina profesional, y entre otros géneros (clásico, contemporáneo), bailo tango. Naturalmente, tengo algunas cosas que decir a propósito de la frase “El tango consiste en cuatro piernas y una cabeza”. Cierto es que en las milongas, donde no hay coreografías pues es todo improvisado, el hombre es quien manda, la mujer es quien obedece. Pero atención, las apariencias engañan: mientras que el rol del hombre consiste en la creatividad y la espontaneidad, acción puramente pulsional, el rol de la mujer, en cambio, es muchísimo más racional: a ella le toca decodificar permanentemente las marcas de su pareja. Es decir, mientras el hombre se destaca por su capacidad de manejar a la mujer y de realizar combinaciones originales, la mujer ha de destacarse por su capacidad de leer rápidamente las sutiles marcas del otro y de efectuar adornos con sus piernas a fin de estilizar la danza. De esto se sigue que mientras que al hombre le basta con contar con un repertorio de posibles combinaciones que repite indistintamente a lo largo de la pista, y que realiza casi automáticamente, la mujer debe estar en constante alerta, leyendo, decodificando, interpretando y, además, creando sobre la “creación” de su partenaire. No soy feminista, y por ello no interpretaré que la cabeza a la que aquella frase se refiere es la de la mujer. Por supuesto que la cabeza del hombre también es necesaria, pero por propia experiencia puedo decirle que cuando una conoce de verdad a su partenaire, llega a leer anticipadamente sus marcas, a tal punto que me he llegado a preguntar si se trata realmente de una percepción altamente desarrollada producto de una profunda conexión con el otro, o si de algún modo la cabeza del hombre se torna tan básica, que cuando él va, yo fui vine, fui vine, fui vine… “

Este comentario realizado hace unos meses atrás desde una perspectiva sociológica y cultural que tenía como objetivo analizar las relaciones de poder que atraviesan el campo de la cultura y reivindicar el lugar que los sectores subalternos juegan en él (y, en el caso del tango, se trata de una subalternidad de género) se abre hoy a un nuevo cuestionamiento a partir de los contenidos aportados por el Seminario de Diseño Gráfico y Publicidad a cargo del docente Carlos Savransky. Con mi compañera y amiga personal,
Cecilia Sabatino Arias , sentimos que esta materia nos ha brindado un andamiaje teórico que nos invita a profundizar y complejizar sobre las relaciones entre el cuerpo y la mente, el pensar y el hacer, yo en relación al tango, ella en relación al voley. Al volver sobre aquél comentario bajo este nuevo paraguas teórico, aparecieron una serie de cuestionamientos que dan cuenta del modo en que hemos sido atravesadas e interpeladas por algunos de los textos debatidos en clase, como “Lo imaginario: la creación en el dominio históricosocial” de Castoriadis y, particularmente, los de Merleau-Ponty. Este último, al indagar sobre el sujeto y criticar desde la fenomenología la concepción clásica y cartesiana del mismo, nos ofrece otro modo - no dualista - de concebirlo. “No soy el resultado o entrecruzamiento de las múltiples causalidades que determinan mi cuerpo”, dice el autor en el “Prólogo” de Fenomenología de la Percepción. “No puedo pensarme como una parte del mundo, como un simple objeto (...) de la ciencia”. Y concluye: “Soy la fuente absoluta, mi existencia no proviene de mis antecedentes, de mi ambiente físico y social, sino que va hacia ellos y los sostiene, pues soy yo quien hago ser para mí”.

Es desde esta concepción del sujeto que nos proponemos retomar el mencionado comentario, prestando especial atención al modo de comprender la espacialidad del cuerpo propio en el contexto particular de la danza del tango improvisado que se baila en las milongas.

Analizaremos algunos puntos:

En el comentario mencionado, retomo la frase realizada por el docente “El tango es 4 piernas y una cabeza” para interpretarla del siguiente modo: “El hombre es quien manda, la mujer es quien obedece”.

Es evidente que esta frase remite a una concepción dicotómica entre el alma y el cuerpo. Al respecto, Aristóteles, en su obra La Política afirma que “el que es capaz de prever con el pensamiento es jefe y señor por naturaleza y el que puede ejecutar con el cuerpo esas previsiones es súbdito y esclavo por naturaleza”. Si bien Aristóteles se está refiriendo a quién debe mandar y quién debe obedecer en la ciudad, esta misma relación es transferible al vínculo entre el alma y el cuerpo: “El alma -y por lo tanto el pensamiento- es amo y el cuerpo esclavo obediente”. Siguiendo la misma idea aristotélica, Descartes sostiene que hacer es obrar en función de lo que pienso: el pensamiento conduce al cuerpo, como el piloto a su navío. Pero si la conciencia tiene el dominio del modus operandi, el cuerpo sería un simple esclavo. ¿Es esto así? ¿El cuerpo no tiene autonomía? La supeditación del cuerpo a la mente sostenida tanto por Aristóteles como por Descartes es criticada por Merleau-Ponty, quien sostiene: “El hombre no es un espíritu y un cuerpo, sino un espíritu con un cuerpo, que sólo accede a la verdad de las cosas porque su cuerpo está como plantado en ellas”. Y agrega: “No conocemos a los otros como puros espíritus, los conocemos a través del cuerpo”. Por lo tanto, en el caso del tango - donde el hombre representaría la mente y la mujer el cuerpo - consideramos que la relación entre los bailarines no es una relación de dominación y subordinación sino que es compleja e intersubjetiva. Suponer que es el hombre quien manda y la mujer quien obedece es no dar cuenta de que, parafraseando a Merleau-Ponty, la motricidad/mujer no es una sirvienta de la conciencia/hombre.

• Volviendo al comentario, lo que hice allí fue tomar esa frase cartesiana para reformularla: “Mientras que el rol del hombre consiste en la creatividad y la espontaneidad, acción puramente pulsional, el rol de la mujer, en cambio, es muchísimo más racional: a ella le toca decodificar permanentemente las marcas de su pareja”.

Entendemos ahora que este planteo, para refutar el dualismo de la afirmación primera (“El hombre es quien manda, la mujer es quien obedece”) recurre, no obstante, a la misma lógica dicotómica, pero invirtiéndola. Es decir, al proponer que el hombre no domina a la mujer porque esta tiene un rol racional, es ahora el hombre el que queda reducido a un cuerpo mientras que es la mujer quien opera a nivel del pensamiento.

Para comprender este fenómeno y no caer en el mismo error dicotomista, nos resulta superadora la propuesta merleaupontyana. Según este autor, mi conciencia no tiene ningún exterior si no fuese por el cuerpo. La relación con el otro supone que no estamos hablando de una relación entre conciencias, si no de un cuerpo que percibe el cuerpo del otro y viceversa. La relación del para sí y del para el otro se realiza a nivel del cuerpo.

Ahora bien, si tomamos la perspectiva de Merleau-Ponty, no podemos decir que lo que hace la mujer es del orden del puro pensamiento. Pero, ¿de qué orden estamos hablando? No es, dijimos, la mente la que comanda su cuerpo, como tampoco es cierto que este último consiste en una mera yuxtaposición de órganos que reacciona mecánicamente a los estímulos/marcas del hombre. Se trata más bien de disponibilidades adquiridas en el orden de la percepción, de un saber corporal, prerreflexivo, de fisonomías que nos dan una idea familiar sobre los objetos del mundo vivido sin determinarlos. Es el cuerpo el que comprende, el que cuenta con un saber-hacer que no pasa por la reflexión.
Cuando se está bailando, no se reflexiona sobre lo que se hace, lo que no quiere decir que no haya momentos de reflexión. Estas instancias de objetivación y predicación se convierten luego en disponibilidades tanto para el pensamiento como para el cuerpo. A esto se refiere Merleau-Ponty cuando habla de “sedimentación de nuestras operaciones mentales”.
Lo dicho en el párrafo anterior se aplica también para el caso del hombre. Sus marcas no son pura creatividad y espontaneidad. Nuevamente, se trata de un saber que se construye a nivel de la percepción y que, además, no es autónomo sino que depende en gran medida del otro, de sus saberes corporales. Es decir, el cuerpo de la mujer puede limitar o potenciar la capacidad de creación de su partenaire. La mujer que por experiencia ha podido agudizar su capacidad de percibir las marcas del hombre, podrá ofrecerle un margen de producción mucho mayor que una principiante.

Nos resulta necesario, pues, abandonar la concepción dualista del sujeto si queremos comprender lo que sucede entre el hombre y la mujer cuando bailan el tango. Esta danza consiste en una relación de dos cuerpos -no en el sentido cartesiano sino merleaupontyano de la palabra- que crean intersubjetivamente.”.

Un tango fenoménico

En “La espacialidad del cuerpo propio y la motricidad” Merleau-Ponty menciona el baile para ejemplificar la adquisición de un hábito: no se trata de encontrar por medio de un análisis la fórmula del movimiento y recomponerlo sino de un cuerpo que “atrapa” y comprende el movimiento. La adquisición de un hábito, concluye el autor, es desde luego la captación de una significación, pero también la captación motriz de una significación motriz. Saber bailar tango, por ejemplo, no es para Merleau-Ponty conocer cada uno de los pasos (lenguaje del tango) ni tampoco que la mujer adquiera un reflejo condicionado para cada una de las marcas que el hombre le hace. Si el hábito no es un conocimiento, ni un automatismo, se trata entonces de un saber que está en el cuerpo. Es el cuerpo quien comprende la adquisición del hábito. Este último no se localiza ni en el pensamiento ni en el cuerpo objetivo, sino en el cuerpo como mediador de un mundo.

En un teórico Carlos Savransky hizo referencia al ritual: “El objeto es percibido con una cierta habitualidad. Por ejemplo, la pava que pongo a calentar sobre la hornalla todas las mañanas es percibida de manera habitual. Pero si un día la pava aparece con un agujero, entonces tengo una pava fenoménica que me obliga a sacar de contexto el uso habitual que tengo con la pava, objetivar el agujero y abandonar la familiaridad con la que suelo percibirla. En la cotidianeidad están presentes los objetos con los que obramos, no con los que pensamos”. Si lo llevamos a la danza, una pareja que tiene el hábito de bailar, experimenta el tango con cierta familiaridad. Sus cuerpos se mueven por la pista de baile no porque piensen en cada uno de los pasos ni tampoco por puro automatismo. Se mueven en virtud de un saber corporal. Ahora bien, si de pronto el taco de la mujer se rompe, a partir de allí se desarrollará un baile fenoménico. El taco roto sacará a la pareja del contexto habitual en el que acostumbra bailar. El hecho instituyente de un nuevo sentido será objetivado por ambos bailarines y la familiaridad con la que solían bailar será abandonada hasta finalizar la danza.







Estas líneas son un fragmento del trabajo que hicimos con la ya mencionada Cecilia Sabatino Arias titulado “Los textos en el cuerpo” y que aborda las siguientes temáticas:

■La percepción en la cultura del consumo fragmentario en Internet
■Cuerpos que viven en milongas, cuerpos que viven en canchas de voley…
-La espacialidad del cuerpo propio en la danza del tango improvisado
-El cuerpo en la práctica deportiva
■Sobre cómo este parcial es una forma instituyente de sentido



No hay comentarios: